Encadenado a una montaña por robar el fuego a los dioses y dárselo a los hombres mortales, Prometeo fue condenado por la eternidad a que un águila le devorase las entrañas todas los días mientras que por la noche se les regeneraban. La tortura eterna de un ser inmortal.
Buscaba el contraste y la expresión aterradora del dios en el momento en que el águila empieza a devorarlo.
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